Cómo leer y entender, sin leer ni haber entendido

Le dije que no lo hiciera, pero lo hizo. Desplegó la sábana al completo, pliegue a pliegue, desde los brevísimos 3 x 7 cm del paquetito inicial, hasta los 31 x 62 cm de las 6 cláusulas: Prospecto: información para el usuario. Y empezó a leer, con el lápiz de contable en la mano izquierda, una punta afilada roja en un extremo, una punta afilada azul en el otro extremo,  el cuerpo vestido con las franjas verticales del Crystal Palace Football Club. Su cerebro analítico de lingüista y bióloga desentrañaba uno a uno los errores de redacción, las inconsistencias retóricas, los datos contradictorios. Tras una hora de ardua lectura, el folleto se encontraba repleto de subrayados, tachones sobre el texto y anotaciones en los márgenes. Me miró con los ojos encendidos y pronunció las palabras que tanto tiempo había estado deseando no escuchar: “lo he encontrado, sé donde está el error, sé cual es mi vocación, mi género literario, voy a dedicarme a reescribir los prospectos de los medicamentos”. Una tarea prometeica, pensé, pero no se lo dije, me limité a depositar un beso suave sobre su frente recalentada por el esfuerzo y me fui a dormir. Por la mañana, ella seguía allí, revisando sus notas, enfebrecida por la pasión analítica. No era la primera vez que la veía desarrollar todas sus destrezas en un asunto nimio, tal vez una tontería a ojos de todos, convencidos de la superioridad de su ignorancia. Pero esta vez era diferente. ¿Quién no se ha convencido en alguna ocasión de que ese pequeño dolor tras el ojo derecho, por lo demás totalmente normal después de doce horas mirando la pequeña pantalla de un smartphone, era el efecto secundario de un analgésico, incluso el síntoma probable de un glaucoma, tras la lectura concienzuda y detenida de un prospecto farmacéutico? El día que me pusieron la vacuna contra la CoVid-19, al volver al coche, en el vehículo aparcado al lado del mío, una pareja cercana a los 70 años esperaba su turno. La mujer se estaba haciendo las uñas en el asiento del copiloto, su marido (sic) tenía desplegada sobre el volante una sábana de texto similar a la que anoche ella anotaba en dos colores. ¿Quién sabe el resultado de aquella lectura pre-vacunación?¿A qué tipo de efectos secundarios se vio expuesto aquel hombre, tal vez también su esposa, a causa de una malévola redacción?

“Hay que entender los mecanismos de la enfermedad, la sintomatología relacionada con ella, pero también sus alrededores, los límites de la corporeidad y la mente. Describir para escépticos, para convencidos y para hipocondríacos. Dejar poco espacio para la imaginación, o vendrán sus monstruos a flagelarnos en las noches de insomnio y los días de dolor”. Ella se expresa así, mientras yo tomo en mis manos su cuaderno de notas,  lo deposito sobre el documento original anotado y empiezo la lectura de sus siete columnas de tipografía minúscula, apenas un cuerpo de letra de 7 puntos, ni dos milímetros: Perinix, 900 mg, comprimidos. Acetato de piensatelobienzepina. Lea todo el prospecto detenidamente antes de empezar a tomar este medicamento, porque contiene información importante para usted. *Nada de lo que diga aquí es verdad (esta era su primera nota).

Eduard Aguilar-Lorente

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