Olvidamos el monte y llegó el fuego

Como evento natural en la naturaleza, el fuego puede parecer un enemigo por su carácter devastador. Sin embargo, las investigaciones de las últimas décadas realizadas en la Universidad Miguel Hernández (UMH) respaldan la labor de las llamas como factor necesario para el correcto funcionamiento de los ecosistemas. El catedrático de Edafología y Química Agrícola de la UMH Jorge Mataix Solera dirige la actividad didáctica ‘Fuegodía’ en la Sierra de Mariola, situada entre las comarcas de l’Alcoià, el Comtat y la Vall d’Albaida, en Alicante. Durante la jornada de trekking didáctico, el estudiantado del Grado en Ciencias Ambientales aprende mientras identifica y actúa sobre necesidades reales de su entorno con el fin de mejorarlo. En este caso, los alumnos experimentan y enseñan sobre la ecología del fuego: su influencia positiva y negativa sobre los bosques mediterráneos.


De más a menos y de menos a más

“Tenemos el régimen natural de incendios distorsionado y una tendencia a ser cada vez más severos”, explica la estudiante de cuarto curso de Ciencias Ambientales de la UMH Elisabeth Miralles durante el paseo por la Sierra de Mariola. “Además, en zonas donde antes no se daban apenas fuegos significativos, ahora son más frecuentes, y la vegetación no tiene tiempo a recuperarse”, declara. También, ocurre lo contrario: donde solía haber más incendios, por ejemplo, en zonas boscosas antes despobladas, ahora hay menos porque, para proteger las nuevas urbanizaciones, se apagan los pequeños fuegos naturales. “Así, se acumula demasiado combustible y puede darse un incendio que sea catastrófico”, concluye la estudiante. Por lo tanto, los pequeños incendios controlados son una prescripción recomendada durante las estaciones frías. Durante estas quemas prescritas, se reduce combustible en rodales forestales catalogados de elevado riesgo.

Estudiantes de último curso del Grado en Ciencias Ambientales de la UMH instruyen y aprenden en la Sierra de Mariola, en mayo de 2023.

Los números importan

En la historia reciente, Mariola ha sido pasto del fuego, a gran escala, en varias ocasiones. En 1994, un incendio arrasó más de la mitad de la superficie del Parque Natural, unas 10.000 hectáreas. En julio de 2012, las llamas se llevaron por delante otras 500 hectáreas de matorral, cultivo abandonado, arbolado y terreno no forestal. Paseando hoy en día por la Sierra, todavía se aprecian las ‘cicatrices’ de entonces, lugares donde la vegetación es mucho menos densa.

Además, el año 2022 ha sido el más caluroso y el sexto más seco en España desde que comenzaron los registros hace más de 70 años. Un bosque seco arde mejor y los próximos cinco años serán los más cálidos jamás registrados, según las Naciones Unidas, con una temperatura media que llegará a ser 1,5ºC superior a la de la época preindustrial. Si la sequedad de los bosques es la mecha, los fenómenos meteorológicos exacerbados asociados al cambio climático pueden ser la chispa. “En la Comunidad Valenciana, un rayo desencadenado por una tormenta seca provocó la catástrofe en La Vall d’Ebo en agosto de 2022: un incendio de dos semanas de duración que calcinó más de 12.000 hectáreas”, recuerda el estudiante de la UMH Gabriel Bernabé.

Las lluvias concentradas también disparan el riesgo de incendios. Si solo llueve unas pocas veces al año, la nueva vegetación pasará a ser material seco durante los meses de calor, con altas probabilidades de prenderse. Además, según explica el estudiante Jorge Seva, el cambio climático afecta a la capacidad de recuperación de los ecosistemas: “Conforme más aumenten las temperaturas, más pérdida de resiliencia habrá”, sentencia.

El estudiante de Ciencias Ambientales en la UMH Álvaro García considera que la estadística es una herramienta fundamental para estudiar los incendios. Durante la jornada, informó de que, últimamente, en la Comunidad Valenciana se producen entre 300 y 600 incendios cada año. Si sumamos el histórico, apunta la estudiante del mismo grado Beatriz Beleña, son 4.400 incendios en las últimas cuatro décadas, unas 58.000 hectáreas: 580 millones de metros cuadrados.

Más vale pronto que tarde

En el ‘Fuegodía’ se aprende que los asentamientos en zonas forestales no son el único factor demográfico que afecta a la frecuencia y virulencia de los incendios. La despoblación de las zonas rurales, la pérdida del pastoreo y el abandono de los cultivos de secano ha cambiado la relación de las comunidades con la naturaleza. Donde antes se practicaba una silvicultura de conservación o de explotación, ahora hay vacío. Sin gente que cuide de los bosques, que despeje el suelo de otras plantas competidoras o tale ciertos árboles, la masa forestal del monte aumenta descontroladamente. “Esta biomasa acaba convirtiéndose en combustible boscoso”, explica el profesor Mataix a lo largo de las ocho paradas del recorrido por la sierra alicantina. En pocas cantidades, la biomasa puede bloquear la propagación rápida del fuego, pero, cuando se acumula por el abandono, puede tornar una chispa en un evento catastrófico.

“Frente al problema, lo indicado es la prevención”, recalca la estudiante Elena Tormo, mientras muestra a los visitantes una zona en la que se habían hecho labores de clareo para evitar la propagación del fuego. Su compañero de carrera Guillermo Peña explica dos estrategias de gestión del paisaje que resultan efectivas. Por una parte, la ordenación en mosaico, en la que se dan distintas especies de árboles y se fomenta el pastoreo. También, las fajas auxiliares de pista, donde se aprovecha un camino despejado y se desbroza a ambos lados para aumentar la separación de las masas de arbolado.

Después del fuego

“El suelo de la Sierra de Mariola es muy frágil, es muy erosionable y conviene protegerlo”, recalca el estudiante Alejandro Ramón. Por este motivo, tras un incendio, lo primero que se debe hacer, antes de pensar siquiera en replantar vegetación, es proteger el suelo. “Si el fuego ha sido muy intenso y el suelo ha quedado totalmente desprovisto de vegetación, hay un alto riesgo de erosión por las lluvias”, explica su compañera Irene Carrasco. Anteriores investigaciones de la UMH dejaron claro que extraer la madera quemada es perjudicial para el suelo y para las plantas. El mero hecho de utilizar maquinaria pesada aplasta y compacta el suelo y “eso afecta a la recuperación de la vegetación”, lamenta el estudiante Ramón Mora. Precisamente esto es lo que ocurrió tras el incendio de 2012. La saca de madera con maquinaria pesada y las subsiguientes lluvias torrenciales afectaron de manera significativa a las propiedades del suelo y a la recuperación de la cubierta vegetal en Mariola.

Mucho mejor es aplicar un acolchado de paja, de astillas de madera o de acículas de pino para proteger el suelo de la erosión y mantener la humedad cuando se dan zonas con suelo desnudo. “Hay veces que, por querer ayudar, lo que hacemos es más daño que el propio incendio”, explica el profesor y coordinador del ‘Fuegodía’, Jorge Mataix, quien lleva más de una década estudiando cómo han afectado los incendios en este paraje y qué estrategias son las más adecuadas para su recuperación. “Por lo tanto, hay veces que no es necesario reforestar, si la zona es capaz de recuperar la vegetación por sí sola”, comenta Mataix. Otra gran consecuencia en el suelo, después de un incendio, es que este puede volverse repelente al agua, como demostró el estudiante Dario Ferrati.

Extraer toda la madera quemada también es contraproducente, explican los guías del ‘Fuegodía’ a lo largo de los 10 kilómetros de recorrido, donde quedan todavía pinos y matorrales chamuscados, como recuerdo de las llamas. Aunque, estéticamente, la masa vegetal quemada no encaje en el paisaje, su presencia es más que productiva para la regeneración del ecosistema. Incluso quemada y muerta, esa masa favorece la fertilización del terreno al actuar como fuente de nutrientes.

Esa especie de ‘canales’ que se pueden observar al caminar por el monte, en las laderas de la montaña, pueden ser indicativos de cuánto afectan la lluvia y el arrastre a la erosión del suelo. Los suelos desarrollados sobre margas, como el de la Sierra de Mariola, calcáreos y arcillosos, son muy erosionables. Sin embargo, “en muchos casos no hay que hacer nada”, aclara el estudiante Manuel García: “Si no hay mucha pendiente ni se esperan lluvias torrenciales, no será necesario aplicar un acolchado ni un aporte orgánico para ayudarle a recuperarse”.

El musgo, colonizador y protector

“Aunque los ecosistemas mediterráneos están bastante adaptados a los incendios”, explica la estudiante Victoria Verger, “es sumamente importante estudiar las biocostras de musgos”. Si bien los expertos indican que proteger el suelo con paja es una buena primera estrategia, el musgo puede ejercer esa misma función cuando coloniza un terreno quemado. “Los musgos o plantas briófitas -que no tienen verdaderas raíces, ni hojas, ni canales vasculares-, formarán una alfombra que protegerá de la erosión y contribuirá a la fijación de nutrientes, como las cenizas”, detalla su compañero José Sánchez. Aunque no llaman mucho la atención, los musgos son los grandes conquistadores del mundo vegetal. Algunas investigaciones apuntan a que son el puente evolutivo entre las algas planctónicas y las plantas terrestres. Siguiendo con ese ‘espíritu emprendedor’ que les caracteriza, las biocostras del musgo son el remedio de la naturaleza contra la pérdida de suelos fértiles tras un incendio.

El musgo crea una alfombra natural que protege el suelo tras los incendios.

Cuestión de supervivencia

Los ecosistemas mediterráneos están adaptados al fuego. Bien a través de la presencia de plantas pirófilas o pirófitas, o con múltiples adaptaciones como las piñas serotinas del pino carrasco (Pinus halepensis), que utilizan el fuego como una ventaja frente al resto, o mediante la necromasa, el conjunto de material muerto que se acumula en los arbustos y que sirve para eliminar a la competencia. La cuestión es si las comunidades sabremos apoyar a la naturaleza en sus esfuerzos o seremos un obstáculo para su supervivencia.

“No hay un modelo genérico de prevención de incendios”, asegura Jorge Mataix, “pero una combinación de todas las estrategias disponibles en las zonas vulnerables o de riesgo sería más que suficiente para comenzar con una buena gestión”, concluye el experto. Los dos grandes incendios producidos en la Sierra de Mariola han convertido el Parque natural en un laboratorio de campo para los especialistas de la UMH. Para el investigador, si bien “las actuaciones a gran escala son más complejas de llevar a cabo y más lentas, de manera localizada podemos diseñar planes estratégicos que resten o incluso palien el origen de las catástrofes del fuego”.

Comparación de una piña de Pino carrasco en su antes y después del fuego, cuando se abre y libera las semillas que estaban protegidas en su interior

‘Fuegodía’ forma parte del proyecto de aprendizaje servicio ‘Plantando cara al fuego’ coordinado por la Universidad de Santiago de Compostela y financiado con fondos de FECYT.

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