Cómo lavarse (bien) las manos
Contar hasta 20, enjuagar y secar
Lavarse las manos es una de las maneras más eficientes de proteger la propia salud y la propagación de enfermedades contagiosas. Sin embargo, muchas veces se hace mal. Por ejemplo, ya que buena parte del proceso se trata de, físicamente, empujar los patógenos fuera de las manos, hay que frotar vigorosamente. Las autoridades sanitarias recomiendan frotar no solo las palmas de las manos, también el reverso, todos los dedos (incluyendo las yemas y los olvidados pulgares), bajo las uñas y las muñecas. El frotado debe durar, al menos, 20 segundos; lo que se tarda en cantar el estribillo de We will rock you tres veces. Después, el enjuagado abundante hará el resto del trabajo sucio. Otro error común es tocar el grifo después de haberse lavado las manos, lo que puede deshacer todo el camino andado. Es mejor cerrarlo usando un paño o un trozo de papel. Las manos deben quedar bien secas porque a los gérmenes les encanta la humedad. No está de más, en este punto, apretar un poquito para aprovechar el secado como método de “arrastre” de patógenos. En casa, la toalla de secado debe lavarse cada dos o tres días. Respecto a los lavabos públicos, algunos estudios sugieren que es más higiénico el uso de toallas de papel que los secadores de aire caliente. En cualquier caso, mejor aire caliente que pantalones.
¿Por qué merece la pena ser tan meticuloso? Los gérmenes acaban en las manos al estornudar, toser o frotar los ojos. Y, desde ahí, pueden dar el salto a otras personas. Lavarse las manos puede evitar la propagación de enfermedades infecciosas como el coronavirus, el resfriado común o las infecciones oculares. También, puede haber transferencia de gérmenes de la comida a las manos (sobre todo cuando se manipulan alimentos crudos como carnes de ave, huevos o pescado) y viceversa. Por eso es importante lavarse antes y después de cocinar; antes de salir de casa y nada más llegar al lugar de destino; después de limpiar la casa, de sonarse, de estornudar o toser, de usar el baño o cambiar un pañal y cuando se da de comer o se toca a un animal.
Jabón vs. gel hidroalcohólico
Un estudio publicado en la revista científica Environmental Research and Public Health analizó la presencia de bacterias fecales en las manos de 20 voluntarios que se contaminaron las manos con bacterias asociadas a la diarrea. Cuando no se lavaban las manos, se encontraban enterobacterias en el 44% de las muestras. Después de lavarse solo con agua, este dato se reducía a un 23%. Si habían utilizado jabón y agua, la presencia de estos patógenos bajaba hasta el 8%. Por lo tanto, el jabón es una pieza clave en el lavado de manos. Si se utiliza en pastilla, debe escurrirse entre usos para evitar la proliferación de gérmenes. “El jabón, sobre todo, hace un efecto de arrastre”, explica el profesor de microbiología de la UMH Manuel Sánchez Angulo, “pero, también, ataca a las membranas de muchos microorganismos y las destruye”. Esto ocurre, precisamente, con la envoltura del coronavirus.
Respecto a su conveniencia frente a otros productos higiénicos, el profesor Angulo opina que “aunque está bien poder utilizar el gel hidroalcohólico en situaciones como al entrar o salir de una tienda, o en otras circunstancias donde no sea posible lavarse las manos, no hay que abusar”. Este tipo de productos contienen un 70% de alcohol aproximadamente, una alta concentración de desinfectante que puede acabar con las poblaciones de microorganismos que, de forma natural, habitan la piel. Hay que pensar en las manos como un territorio que, de quedar despoblado, será más fácilmente invadido por nuevos tipos de microorganismos que podrían resultar perjudiciales para la salud. Por lo tanto, los productos y hábitos de higiene deben cuidar la microbiota de la piel, su población microbiana natural, al mismo tiempo que evitan patógenos externos. Según la OMS, usar gel hidroalcohólico inmediatamente después de lavarse las manos con jabón es totalmente innecesario y puede producir dermatitis. Por el mismo motivo, tampoco recomiendan utilizar agua caliente.
La “hipótesis de la higiene”
El auge de otros productos antibacterianos más agresivos que el jabón, particularmente tras la pandemia de COVID-19, puede ser problemático. A algunos sectores de la comunidad científica les preocupa que productos pensados para entornos profesionales y sanitarios hayan dado el salto a los hogares. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU. ha advertido en varias ocasiones de los problemas que pueden derivar del uso indiscriminado de este tipo de productos. No se refieren solo a jabones o detergentes, también, a tratamientos que se aplican a utensilios alimentarios, colchones y textiles o productos cosméticos. La más grave de las consecuencias que puede conllevar el abuso de estos aditivos, advierten, es el de desarrollo de resistencias. Los aditivos antibacterianos presentes en productos domésticos pueden actuar como antibióticos, en muchos sentidos. Aunque su finalidad no sea curar una enfermedad sino impedir el desarrollo de los microorganismos, pueden acabar con la mayoría de bacterias débiles y forzar una selección y una mutación de las poblaciones hacia variantes mucho más resistentes. Una vez estas bacterias súper-resistentes lleguen hasta las personas más vulnerables, no habrá producto de limpieza capaz de acabar con ellas y la infección será mucho más probable.
El exceso de limpieza también puede afectar al desarrollo de alergias, asma y eccemas, especialmente en los primeros años de vida. La llamada “hipótesis de la higiene” plantea que el sistema inmune no tiene la oportunidad de entrenarse frente a ciertos estímulos y patógenos debido a un exceso de esterilidad ambiental durante la infancia. Aunque existen argumentos científicos a favor y en contra de esta teoría, hoy en día se da por ampliamente aceptada y explicaría el auge de este tipo de enfermedades, llamadas autoinmunes, en los países con más ingresos per cápita.