La accidentada vida de Mendeléyev, el genio siberiano precursor de la tabla periódica

Dmitri Mendeléyev en 1897

La vida de Mendeléyev es una historia digna de Juego de Tronos. O, quizás, de Tolstoi aderezado con un twist de fuego valyrio. Dmitri Ivánovich Mendeléyev nace en Siberia en 1834. Cuando solo tiene 13 años, su padre -Iván Pávlovich Mendeléyev, profesor de escuela que había perdido su trabajo años atrás al quedar ciego- muere. Lejos de desfallecer, su madre Maria Dmitrievna Mendeleeva reconstruye una vieja fábrica de vidrio abandonada para mantener a la familia y poder mandar al prometedor Dmitri, el más pequeño de 15 hermanos, a la universidad. Un año más tarde, la fábrica se incendia y, habiendo dejado al resto de sus hijos lo mejor colocados posible, Maria coge a Dmitri, un caballo y todas las pertenencias que pueden llevar consigo y marcha unos 2.000 km hasta la Universidad de Moscú. Allí intercede en favor de su hijo, argumentando que posee una mente brillante que debe ser puesta al servicio de la ciencia. La Universidad le rechaza. Lo mismo ocurre al segundo intento, en la Universidad de San Petersburgo. Finalmente, Dmitri podrá ingresar en el Instituto Pedagógico Principal de la capital.

Al terminar sus estudios Mendeléyev contrae tuberculosis y pasa dos años en la península de Crimea como profesor de ciencias mientras se recupera de la afección. Su primera gran obra fue un libro de texto sobre química orgánica, publicado en 1861 y premiado por la Academia de Ciencias de Rusia. Su primer matrimonio fue un fracaso. Dicen, aunque no es verdad, que Mendeléyev también inventó el vodka ruso, que fue un subproducto de su tesis doctoral Un discurso sobre la combinación de alcohol y agua defendida en 1865. Pero el vodka llegó a Rusia en el siglo XIV, fue un regalo de un embajador de Génova al príncipe Dmitri Donskói. Además, la tesis de Mendeléyev hace referencia a concentraciones de alcohol superiores al 70%, algo más fuertes que la popular bebida rusa.

En 1868, pasa a ser profesor de química inorgánica. No debió convencerle ninguno de los manuales disponibles en el momento porque decidió crear su propio libro de texto, que acabaría por tener continuadas ediciones traducidas al alemán, al inglés y al francés. Fue durante la composición de este libro que Mendeléyev se dio cuenta de la periodicidad de los elementos. “Li, Na, K, Ag se relacionan entre sí como C, Si, Ti, Sn, o como N, P, V, Sb”, escribió. Todo este trabajo culminaría en la mayor de sus obras, Principios de química, donde proponía su tabla periódica.

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Dmitri viajó por toda Europa. Conoció a los Curie, a Bunsen, a Cannizzaro. Hizo poderosos amigos y enemigos. Ayudó en la construcción de la primera refinería petrolera en Rusia y elaboró una receta para pólvora sin humo, a la que llamó “pyrocollodion”. Experimentó con nuevos fertilizantes y fue miembro de numerosas sociedades científicas, directa o indirectamente relacionadas con la química. La aerodinámica y la hidrodinámica le fascinaban por igual. Participó en el diseño del Yermak, el primer rompehielos del Ártico, y preparó un viaje en globo para estudiar un eclipse solar. El plan se estropeó por la lluvia, pero el intento le valió mucha popularidad. No la suficiente, por lo visto, para ganar el Nobel de Química. Aunque fue propuesto tres veces y casi lo consigue en 1906. Pero Svante August Arrhenius, creador de la teoría de la disociación electrolítica -y un Lannister para su Stark- le tenía ganas y poco a poco convenció al jurado para que retiraran su apoyo al científico ruso. Dmitri Ivánovich Mendeléyev murió un año más tarde en San Petersburgo. Cuentan que con sus últimas palabras citó la novela Las aventuras del capitán Hatteras, de Julio Verne:

“Doctor, usted tiene la ciencia, yo tengo la fe”.

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