La economía circular del campo
En la naturaleza no hay residuos. Los desechos de una especie se convierten en alimentos para otra. Todos los seres vivos utilizan la energía del Sol que, finalmente, vuelve al suelo donde se recuperan todos los nutrientes. Es un sistema circular, cerrado, que funciona a la perfección desde hace millones de años. Sin embargo, los seres humanos hemos creado un modelo lineal de uso de recursos antinatural por definición: extraemos, producimos y desechamos. Si aceptamos que el modelo circular de aprovechamiento es mejor, podemos cambiar nuestra manera de generar valor, de manera que nosotros, también, operemos en un modo sostenible. Ahora que el sector agrario representa un mayor peso en las economías nacionales, debido a la crisis sociosanitaria, quizás sea el mejor momento para dar un fuerte impulso a la economía circular del campo.
En una economía circular, recursos y productos se mantienen en el ciclo económico para reducir al mínimo la generación de residuos. Este no es un concepto nuevo para el sector alimentario. Los restos de cosecha se utilizan desde la antigüedad para el compostaje o alimentar a los animales. Pero las nuevas tecnologías hacen que los residuos agrarios puedan adquirir aplicaciones novedosas, aportando un valor añadido a la economía. Por ejemplo, las hojas y huesos de la aceituna se pueden utilizar como sustitutivos del plástico, para fabricar productos cosméticos o incluso producir energía eléctrica.
Dificultades legislativas
Estas innovaciones se encuentran, principalmente, con dificultades legales y de financiación. También, es imprescindible conseguir el apoyo de las instituciones públicas, de manera que impulsen una adaptación de la legislación que permita, por ejemplo, reutilizar productos de otro sector cuando se demuestre que no son peligrosos.
En este sentido, desde 2015, la Unión Europea (UE) ha impulsado la transición económica hacia un modelo circular a través del plan “Cerrar el círculo: un plan de acción de la UE para la economía circular”. Este documento enumera las cuatro fases fundamentales del modelo económico sostenible: producción, consumo, gestión de residuos y reutilización. También, identifica 54 medidas para “cerrar el círculo” del ciclo de vida de los productos. En esta estrategia, el sector agroalimentario es clave en materia de reutilización de recursos y para el impulso de las materias primas secundarias en el mercado.
En concreto, el documento hace referencia a los nutrientes reciclados:
“Su uso sostenible en la agricultura reduce la necesidad de fertilizantes minerales, cuya producción tiene efectos negativos para el medio ambiente y depende de la importación de roca fosfatada, un recurso limitado. Sin embargo, la circulación de fertilizantes compuestos por nutrientes reciclados se ve obstaculizada actualmente por el hecho de que la reglamentación y las normas medioambientales y de calidad difieren entre los Estados miembros.”
Un caso de éxito
Un proyecto de éxito que cuenta con todas las ventajas para liderar el cambio en el sector de los nutrientes reciclados es Agrocompost. En esta serie de plantas piloto encontramos la colaboración del sector I+D+i universitario, con el conocimiento que aporta el personal investigador de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche, los actores económicos del propio sector agrario, que se interesan por aprender a producir compostajes locales y eficientes que reinvertir en las explotaciones agrícolas, así como las autoridades comunitarias, desde la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana, que presta su apoyo a esta iniciativa desde 2017 y lidera el cambio legislativo en la gestión de compostajes agrícolas. La reutilización local de residuos agrícolas para producir nuevos nutrientes del proyecto Agrocompost es un ejemplo claro de economía circular, un regreso al modelo del ciclo biológico, en el que los residuos pueden contribuir a crear capital, en vez de reducirlo.
La agricultura española se hace fuerte en la crisis
No solo resulta fácil para el sector agrícola emular la generación de riqueza natural, por sus particulares características. Además, nos encontramos en un momento clave del desarrollo del sector, que podría impulsar su liderazgo en una transición al modelo circular de la economía.
El peso del sector agroalimentario en el conjunto de la economía española es significativamente superior al peso que tiene en la UE (3,8%, según los datos de eurostat correspondientes a 2017). Esto coloca al sector agroalimentario español en un lugar destacado entre los países europeos: España es el tercer país en términos de su contribución al sector agroalimentario de la Unión, con un 12% del Valor añadido bruto de la economía, solamente por detrás de francia (15,6%) y Alemania (14%).
Mientras la economía española sufre las consecuencias de la pandemia, la agricultura se hace fuerte en la crisis y ha alcanzado su mayor peso en el PIB en 15 años. Si bien el producto interior bruto español se ha hundido un 11% en 2020, la rama de “agricultura, ganadería, silvicultura y pesca” se ha expandido un 4,7%. Esta rama de actividad representó un 3,4% del valor añadido (su peso en la economía) más alto en quince años, con una producción de más de 35.000 millones en 2020.
Además, parece que las iniciativas legislativas se mueven en la dirección correcta. En 2020, un nuevo documento de la Comisión Europea declaraba la necesidad de crear un plan integrado de gestión para asegurar una aplicación más sostenible y estimular los mercados de los nutrientes recuperados.
Las oportunidades de la transición hacia un modelo de economía circular son considerables tanto en lo económico, como en lo social-medioambiental. La reducción de costes, debido a la optimización del uso de recursos y procesos productivos, la reducción de la dependencia de mercados de materias primas y la creación de nuevos puestos de trabajo, entre otros. El fondo de la cuestión es aprovechar el talento e invertir en sostenibilidad. La economía circular puede empezar en nuestros campos.