Maquiavelo en el Siglo XXI
Todos hemos escuchado la palabra maquiavélico como un término peyorativo, presente en nuestro imaginario colectivo y atribuido a quienes se identifican con una doctrina malévola o inmoral. Asimismo, expresiones como que “el fin justifica los medios” o “más vale ser temido que amado” son citas de Nicolás Maquiavelo que, han de ser convenientemente contextualizadas si pretendemos conocer a nuestro autor, ahora que se han cumplido 500 años desde que escribiera El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, entre otras muchas obras como El arte de la guerra, Historia de Florencia y La Mandrágora.
Suele ocurrir con los grandes pensadores, y así sucede con Maquiavelo, que siendo uno de los clásicos más populares es, al tiempo, controvertido y en cierta forma desconocido pero que, en los albores del siglo XXI, la fuerza y el influjo de su pensamiento siguen vigorosos y sus obras son objeto de debate que no languidece con el paso del tiempo. De hecho, la política actual es fruto de ese apasionado antagonismo entre maquiavélico y antimaquiavélicos. En el caso de Maquiavelo, no solo ha sido leído e interpretado como ocurre con otros teóricos, sino que sus lecturas y sus conclusiones han sido, incluso, opuestas. Admirado por unos, calificado como maestro del mal, por otros.
Nicolás Maquiavelo nació en Florencia (1469-1527), donde estudió y ejerció como secretario diplomático y segundo canciller del gobierno de su república. Su vida y su obra están entrelazadas y difícilmente puede aludirse a una sin referirse a la otra. Porque de hecho, la carrera diplomática y política de Maquiavelo le puso en contacto con los grandes problemas militares y políticos de su ciudad natal que, más tarde, plasmaría en sus escritos políticos. Se familiarizó con las potencias extranjeras poderosas como España y Francia, con las intrigas del poder temporal de la Iglesia, con pueblos germanos libres y, además, fue el creador de la milicia nacional florentina. Su carrera diplomática fue apoyada por César Borgia y cuando Florencia cayó en manos de los Médici, Maquiavelo fue destituido de su puesto de secretario, arrestado y torturado por colaborar con el gobierno republicano. Poco tiempo después fue liberado por una amnistía cuando uno de los Médici es elegido nuevo Papa, conocido como León X. Maquiavelo se retira a Sant’Andrea, su casa de campo, donde se dedica a escribir Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El Príncipe.
¿Por qué continúa interesando Maquiavelo cinco siglos después y suscitando controversias? ¿Cuál fue la aportación del secretario florentino para que siga siendo recordado con esa carga de ambivalencia?
Viroli, Pocock y Skinner -sus estudiosos contemporáneos- recuerdan la existencia de un debate en torno a dos formas incompatibles de entender a Maquiavelo: como subversor o como restaurador de las ideas clásicas republicanas. De esta forma el pensamiento político maquiaveliano ha sido justificado tanto como un ejemplo de absolutismo como de republicanismo democrático.
Esta supuesta incompatibilidad ha sido ilustrada entre El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Sin embargo, como nos advierte el profesor Del Águila entre ambas obras existe complementariedad pues El Príncipe surge como consecuencia de reflexiones de carácter general sobre las repúblicas e íntimamente ligado a ellas.
Los filósofos y numerosos intelectuales se han ocupado de nuestro autor: Strauss, Marx, Croce, Althusser, Oakeshott, Merleau-Ponty, Hannah Arendt, Wolin, Gramsci, Toulmin, MacIntyre, Bobbio, Rafael Del Águila, entre tantos otros. Sus denominadores comunes han sido justificar o explicar el pensamiento político de Maquiavelo, quizás, porque nos legó demasiadas antinomias e incógnitas que aún perduran.
La visión antropológica del secretario florentina es pesimista, de hombres que cuando no combaten por necesidad lo hacen por ambición. El miedo, la violencia y las pasiones están presentes en la vida política y es la propia necesidad la que obliga a los hombres a actuar bien y a colaborar entre sí. Pero además, la virtú y la Fortuna juegan un papel fundamental en su teoría política porque la experiencia humana está regida por ambas. La virtú es considerada como una energía excepcional y una habilidad estratégica para dominar la Fortuna, diosa romana que derivó en un símbolo de inconstancia, de designios caprichosos y, a veces, crueles. La Fortuna, pues, es asimilada a la incertidumbre, a la contingencia, a los riesgos y a la indeterminación que presiden las vidas humanas. La idea de Fortuna en Maquiavelo se refiere a la incapacidad del hombre para controlar todo siendo en consecuencia lo inesperado un aspecto esencial de la vida política.
Como señalaría Maquiavelo
“nunca hay opciones seguras porque el orden de las cosas trae consigo que apenas se trata de evitar un inconveniente cuando ya se ha presentado otro“ (El Príncipe , XXI).
Una de las ideas de Maquiavelo que más controversias y ríos de tinta ha provocado ha sido aquella que considera la autonomía de la política respecto de la ética. Las leyes de la política son independientes de las normas morales, es decir, separa lo que debe ser de lo que es: así surge el nacimiento de la Ciencia Política. Desde esta posición neutral y aséptica intentaría analizar y objetivar los acontecimientos políticos al margen de consideraciones éticas. Como sugiere el profesor Del Aguila, su enseñanza y su saber político se convertirían en reversibles: servirían tanto a los tiranos como a los gobernantes justos.
Maquiavelo suministra una teoría que relaciona fines y medios pero, además, su aportación personal es que el bien puede provenir del mal y viceversa. Aquí radica, precisamente, la denominada herida de Maquiavelo y que tan duramente ha sido cuestionada y durante siglos combatida. Cualquier medio nos advertirá Maquiavelo, por inmoral o cruel que pueda parecer, es legítimo si con él se consigue el fin político supremo que es la seguridad, la paz y la autonomía. Maquiavelo era consciente que el mal es el mal y la violencia es violencia pero no ignoraba que para mantenerse en el poder, la bondad no basta y a veces hay que ser malo para asegurar la comunidad política. Por eso, en política uno debe juzgar por los resultados de las acciones porque no existe un tribunal trascendente al que recurrir.
Por otro lado, la teoría política de Maquiavelo nos transmite un republicanismo vivo, centrado en el pueblo y de la libertad. Como defensor de la comunidad política reivindica el bien común y un modelo de ciudadano republicano virtuoso y comprometido con su patria. La primera exigencia para el pensador florentino es conservar el estado bien ordenado por encima de cualquier otra circunstancia. La pérdida de autoridad del estado, de la eficacia de las leyes o la corrupción son amenazas siempre latentes que destruyen la vida en común, la grandeza cívica y erosionan la capacidad ejecutiva de los estados.
La presencia de Maquiavelo en nuestro siglo continuará vigorosa porque su retrato de las pasiones humanas consigue identificarnos porque, tanto ayer como hoy, los seres humanos, condicionados por la necesidad y la inmediatez, buscamos la libertad y la felicidad de manera infatigable.
Empero, nos recuerda el secretario florentino que nunca hay conquistas definitivas, que si se baja la guardia regresa la barbarie y que las cosas han de renovarse para que puedan durar. Su visión política de la realidad nos habla de asumir dos elementos clave como son el conflicto y la incertidumbre, siempre presentes en la vida pública.
La actualidad de Maquiavelo nos recuerda la necesidad de revitalizar nuestra praxis democrática, la afirmación de lo cívico como un a priori de nuestra vida en común, la conveniencia de mantener y respetar instituciones que vivifiquen la vida ciudadana, al tiempo que nos alerta de forma insistente sobre los peligros de la corrupción porque arrasan la vita activa y abisman la posibilidad de construir una ciudadanía examinada que tanto necesitan las sociedades contemporáneas.
María Ángeles Abellán López
Profesora de Ciencia Política y de la Administración UMH