¿Podemos vivir sin dolor?
La connotación de la palabra “dolor” es siempre sinónimo de una experiencia o sensación desagradable o muy desagradable que necesitamos eliminar. No cabe duda de que las personas que sufren dolor, y particularmente dolor crónico, necesitan reducir esta sensación con el fin de tener una mínima calidad de vida. Sin embargo, hay que constatar que no todo el dolor es malo, sino que también existe el dolor bueno. Llegados a este punto seguro que nos preguntamos: ¿qué es el dolor bueno? La respuesta es muy sencilla si tenemos en cuenta cuál es la finalidad del dolor.
Desde un punto de vista de la supervivencia de las especies, el dolor es una señal de alarma o alerta frente a un daño de facto o posible. Si nos acercamos a una llama, los sensores de temperatura de nuestra piel inmediatamente informan al cerebro de una posible quemadura, de forma que reaccionamos y nos apartamos de ella para la lesión. ¿Qué pasaría si no tuviéramos dolor? Simplemente nos quemaríamos. De hecho, las personas insensibles al dolor, condición poco frecuente o rara pero existente, tienen una esperanza de vida inferior a las personas normales. Paradójicamente, pues, el dolor es bueno y es malo. Desde el punto de vista médico, hemos de centrarnos, por tanto, en convertir el dolor malo en bueno más que en tratar de eliminar completamente el dolor. La vida sin dolor no es, me temo, una opción viable.