Sin dolor no hay supervivencia

Al margen de lo que mucha gente piensa, no todo el dolor es malo, sino que también existe el dolor bueno. El dolor es una señal de alarma frente a un daño posible. Por ejemplo, si nos acercamos a una llama, los sensores de temperatura de nuestra piel nos alertan de una posible quemadura y nos apartamos de ella.

A nivel celular, el dolor se conoce como nocicepción. Este mecanismo tiene varios pasos: transducción del estímulo, transmisión, modulación y percepción. Según el profesor emérito de la Universidad Miguel Hernández (UMH) y exdirector del Instituto de Neurociencias, centro mixto de la UMH y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Carlos Belmonte, los receptores del dolor reciben el estímulo y este se transmite al sistema nervioso central donde las áreas de la corteza cerebral lo interpretan como dolor.

Además de avisar de algún peligro, el dolor también tiene una función evolutiva, según Belmonte. Por ejemplo, en el caso de los animales, el dolor inmoviliza y eso impide que los depredadores encuentren rastros de sangre.

Según su duración, el dolor puede ser agudo o crónico. En el agudo, el tratamiento debe ser de efecto rápido, mientras que, en el crónico, se aplica con efecto a largo plazo. En España, el 12% de la población sufre dolor crónico, considerado como tal cuando permanece más de seis meses.

Según el doctor de la Unidad del Dolor del Hospital General Universitario de Alicante Luis Gómez Salinas, el sobrepeso y la edad avanzada son factores de riesgo asociados al dolor crónico. Además, asegura que un 80% de los pacientes con cáncer lo padece. Aproximadamente 120.000 personas sufren dolor en la provincia de Alicante. Pero hay menos de 100 médicos especializados en dolor crónico.

El dolor es fundamental para la supervivencia, por ello, desde el punto de vista médico, es más importante intentar convertir el dolor malo en bueno, que eliminar completamente el dolor, según el director del Instituto de Investigación, Desarrollo e Innovación en Biotecnología Sanitaria de Elche (IDiBE) Antonio Ferrer Montiel.

El dolor se puede tratar con analgésicos periféricos o con opioides débiles o fuertes. La investigadora Magdalena Nikolaeva se centra en el TRAAK, un canal de potasio del tejido neuronal de los mamíferos muy importante para la detección del tacto y el dolor.

El trabajo de Nikolaeva consiste en diseñar moduladores de este canal mediante simulaciones por ordenador que permiten rastrear millones de compuestos en muy poco tiempo. Así, intentan encontrar las simulaciones que mejor se acoplan para modular la sensibilidad al dolor.

Otra de las investigaciones sobre el tratamiento del dolor es AntalGenics, una de las spinoff del IDiBE, que intenta atenuar el dolor crónico que sufren los pacientes mediante el desarrollo de productos cosmocéuticos que retrasen el desarrollo de otras patologías. AntalGenics pretende modular la actividad de una proteína transmembrana conocida como canal iónico TRPV1, que se incrementa en las condiciones patológicas de dolor e inflamación. Así, la intención de los investigadores es desarrollar compuestos modificados de capsaicina, capaz de aliviar diversas afecciones de la piel y evitar algunos efectos secundarios.

En el tratamiento del dolor crónico también hay que tener en cuenta las moléculas bioactivas, unas herramientas que permiten profundizar en los mecanismos de actuación de estas enfermedades. Las moléculas bioactivas tienen, además, potencial terapéutico como posibles medicamentos.

El reto de futuro es seguir intentando descifrar los mecanismos implicados en distintas enfermedades y, en concreto, en el dolor crónico, que tiene diferentes causas y requiere tratamientos diferenciales que se adapten a cada paciente.

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